San Juan 20, 1-9
-¡Se han robado el cuerpo del Señor y no sabemos a dónde se lo han llevado!-
Ese fue el grito que desató el gran movimiento liberador entre quienes seguían a Jesús, tal como lo relata el Evangelio de San Juan.
Muchas tensiones habían vivido los discípulos y los demás seguidores de Jesús, incluyendo las mujeres.
Este interesante relato tiene algunas pistas que resaltar, con los lentes de una pedagogía y una teología verdaderamente liberadora.
Posiblemente esto no lo había escrito Juan, el discípulo amado, por la forma como se dirige de sí mismo.
Una mujer es la que comienza a desarrollar esa trama de la historia de la salvación, reconocida como la Resurrección de Jesús, ella va al sepulcro y descubre la piedra removida y sale corriendo a avisar a dos discípulos en particular a Pedro y supuestamente a Juan.
Las mujeres no eran unas simples espectadoras de lo que se estaba gestando para la liberación de los pueblos. Ellas estaban presentes y activas en todo lo que pasaba en el desenvolvimiento del Ministerio de Jesús.
En el lenguaje simbólico, dos modelos de iglesia se vislumbran metafóricamente en estos dos personajes del Evangelio: Una cargada de tradiciones y costumbres del pasado, del judaísmo, representada en Pedro.
La otra, nueva, innovadora, abierta a los cambios, tímida, sin experiencia, pero con el vigor necesario para ese tiempo preciso, que simbolizan en Juan el discípulo amado.
Ambas frente al anuncio que dan las mujeres, empiezan a moverse para encontrarse con el Cristo resucitado.
Salen a comprobar si el anuncio es cierto, corren al sepulcro que representa el mal y el caos del mundo, además del dominio del imperio que oprimía al pueblo.
El modelo de Iglesia más joven corre con pasos más ágiles y con un entusiasmo que solo demuestra quién está lleno de vitalidad.
El modelo de iglesia más vieja es menos ágil, más lenta, pero con la seguridad basada en su experiencia y conocimiento.
La tendencia joven llega primero, pero no se atreve a entrar en ese mundo que le señala una nueva realidad, ¿Cómo interpretar este hecho tan portentoso y trascendente sin la experiencia necesaria?
La tendencia antigua, con su sabiduría también llega, pero no se detiene, pasa y mira la nueva realidad que se presenta en medio de todo aquello que a su alrededor representa la muerte y el horror.
Sólo cuando la vieja iglesia traspasa los límites de la muerte y de la realidad de un mundo que comienza a cambiar, la nueva entra en ese mismo escenario, dándose un encuentro entre lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer. En la mayoría de los casos esa es la realidad que vivimos en nuestras Iglesias.
En medio de todo este caos, hay sin embargo un orden establecido por el resucitado. Él no está, pero deja signos evidentes de su resurrección: Un sudario, puesto a un lado, aquello que cubría su cabeza, perfectamente enrollado, diciendo así que él era lo central de la obra de liberación de los pueblos.
Las vendas que lo ataban tiradas en el suelo eran señal que nada detiene a la historia de la salvación y la liberación de los pobres.
Dice el autor de este relato en el Evangelio, que cuando la nueva iglesia entra y ve, cree. La esperanza de la liberación se vuelve un ideal posible y un sueño alcanzable, a través de la construcción del Reino de Dios en nuestro aquí y ahora.
Ese ideal de la construcción de un solo pueblo nos enseña el carácter integrador, integral e incluyente del Evangelio de Jesús, el hombre nuevo y confirma el carácter ecuménico de verdadera unidad de la Iglesia de Jesucristo.
Rev. Obed Juan Vizcaíno Nájera.
Maracaibo -Venezuela
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