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TRES APARICIONES VITALES DE JESÚS Juan 20:19-31

Foto del escritor: sinodoipvsinodoipv











Este segundo domingo de pascua, cuando continuamos celebrando con alegría la certeza de la resurrección de Jesús, el Evangelio de Juan continúa narrándonos otros episodios de la vida de Jesús que nos llevan por el camino recorrido por Él y también nos permite ver algunas de sus acciones, antes de su partida física. Son narraciones que, con gran detalle, nos indican lapsos de tiempo, nos ubica en algunos lugares específicos y también nos señalan características de los sucesos. Expresa nombres, emociones de las personas, realidad del contexto social y político que se vivía en ese momento, entre otras referencias que también hace Juan. Aunque en estas narraciones, al igual que en otras, es importante afirmar que el interés mayor de Juan es teológico, no es meramente cronológico o histórico.


En el texto de Juan 20:19-31, sugerido para hoy, encontramos revelaciones que afirmaron en aquel momento la fe de las discípulas y de los discípulos de Jesús y que hoy también nos ayudan a afirmar nuestra fe. Es por ello que adquiere gran relevancia recordar que al inicio de este capítulo 20, en primera instancia, Jesús se aparece a María Magdalena quien estaba llorando desconsolada, triste, sin esperanza y en una acción amorosa y de comprensión de sus emociones la llama por su nombre. Con esta acción tan humana Jesús consuela a María, la anima con la certeza de su resurrección y la envía a cumplir la misión de anunciar que verdaderamente Él ha resucitado, que Él está vivo. Además, la envía a entregar un mensaje dirigido exclusivamente a sus discípulas y discípulos.


En segunda instancia, según nos cuenta Juan, Jesús se aparece la primera vez a los discípulos en aquel lugar en donde se encontraban reunidos y en el que además estaban con “las puertas cerradas”. Esto nos permite pensar en cuatro aspectos importantes:


1. Los discípulos aún se sienten confundidos, golpeados, dolidos, por la tortura y crucifixión de Jesús. Están atemorizados por la posibilidad de también ser perseguidos y morir igual que Jesús.

2. El poder del Cristo resucitado no puede ser encerrado, ni inhabilitado por una tumba de piedra ni por una puerta cerrada.

3. Los discípulos actúan como si su líder estuviera muerto, han perdido la esperanza, se sienten desamparados, sienten que ya no hay nada más que hacer. Sin embargo, Juan evidencia en su relato un sentimiento muy significativo en medio de todo este momento tan complejo al cual, mencionaremos como:

4. “Los discípulos se alegraron de ver al Señor” (v-20). Ellos vieron las marcas y escucharon la voz que les permitió identificar a Jesús resucitado. Esta aparición de Jesús señala el punto de partida de un nuevo comienzo para ellas y para ellos y será el soporte para que nunca más tengan temor ni tengan dudas.


En la primera aparición de Jesús al grupo observamos que Él comprendió la situación de quienes estaban presentes y les saludó con una frase muy necesaria que les sería de gran impacto en ese preciso momento: “PAZ A USTEDES” (v-19). Esta paz del saludo de Jesús no significa ausencia de conflicto, ni de situaciones que les harían sentir miedo. Ellos están siendo acosados, perseguidos y por eso es preciso recordar a Jesús diciéndoles: “Les dejo la paz. Les doy mi paz, pero no se la doy como los que son del mundo. No se angustien ni tenga miedo” (14:27). La paz de Jesús es un regalo, es una gracia que nos permite seguir creyendo en Él, aun en las circunstancias más adversas de la vida. La presente afirmación, inmediatamente nos hace establecer relación con nuestras propias circunstancias y hoy, en medio del recrudecimiento de la pandemia que nos produce temores, angustias e incertidumbre, Jesús también nos dice “La Paz sea con ustedes”. En este contexto, nos surgen preguntas tales como: ¿Crees esto? ¿En estos tiempos has experimentado la paz de Cristo en tu vida, en la de tu familia, en la de tu comunidad de fe?


La Paz que Jesús le dio a sus discípulas y a sus discípulos, era necesario que la recibieran y la experimentaran porque no había tiempo que perder, había tareas que cumplir de inmediato. Según Juan, en ese instante Jesús les dice: “COMO EL PADRE ME ENVIÓ A MÍ, ASÍ YO LOS ENVÍO A USTEDES” (v-21). Igual que Dios envió a Jesús al mundo, así Jesús envía a sus discípulos al mundo. Quienes reciben ese envío, tienen la autoridad de quien los ha enviado. Dios está presente en la acción de Jesús; Jesús está presente en las acciones de quienes recibieron el llamado y aceptaron el envío y ahora, también está presente en nuestras acciones. Por eso es pertinente hacer las siguientes preguntas: ¿Estás consiente como creyente que tú también has sido enviada, enviado por Jesús? ¿Aceptas el compromiso? ¿Qué estás haciendo para cumplir con el envío de Jesús?


Es importante resaltar que ese envío que Jesús hace a sus discípulas y discípulos no lo podían asumir con sus propias fuerzas, necesitaban algo mayor y es por eso que Juan nos cuenta que Jesús “SOPLÓ SOBRE ELLOS Y LES DIJO “RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO” (v-22 y 23). Esta acción de Jesús, está en concordancia con el relato del Génesis cuando Dios creó al ser humano y le sopló aliento de vida. Así mismo, Jesús sopla en los discípulos el Espíritu que da vida y fortalece para el cumplimiento de la misión que les encomienda. Los discípulos ahora encuentran la fuerza y el ánimo para levantarse, abrir la puerta, salir y comenzar a proclamar la resurrección de Jesús y su promesa del Reino. Hoy también Jesús quiere darnos el Espíritu Santo. Ese Soplo de Vida que nos fortalece y anima para salir a proclamar la buena noticia de la resurrección de Jesús y de su reinado en el mundo. Te pregunto: ¿Quieres recibir ese Soplo de Vida?


En tercera instancia, Jesús comprende la reacción de Tomás y su imposibilidad para creer que Él ha resucitado y cuando se le aparece, le aporta pruebas que lo ayuden a creer. Tomás no estuvo presente cuando Jesús se le apareció al grupo en la ocasión anterior y no creía que Jesús había resucitado, por eso dijo: Si no veo, si no toco, no creo. Es interesante que Juan, en el capítulo 4:48, hace referencia a que Jesús había condenado a aquéllos que exigían pruebas y señales para poder creer. Sin embargo, con Tomas actúa de manera diferente. Jesús en respuesta a su incredulidad, le dice: “METE AQUÍ TU DEDO, Y MIRA MIS MANOS; Y TRAE TU MANO Y MÉTELA EN MI COSTADO. NO SEAS INCRÉDULO; ¡CREE!” (v-27). En Jesús no hay reproche; hay anhelo, hay premura para que Tomás crea.

Aunque el cuerpo de Jesús había adquirido una condición diferente; Jesús les permitió que lo vieran, que lo tocaran, que interactuaran con Él. Con estas acciones estaba confirmando su resurrección física. Permitía que su cuerpo fuese claramente reconocible por sus discípulas y por discípulos. Es decir, “La misma persona que fue crucificada había resucitado”.

Una vez que Tomas ve y reconoce a Jesús resucitado es tal el impacto que de lo más profundo de su ser expresa su máxima confesión: “¡Señor mío, y Dios mío!” (v-28). Pudiésemos preguntarnos ¿Qué habría sucedido si Jesús no se hubiese dejado ver de manera tangible por Tomas? Tal vez no hubiese creído y, por lo tanto, no podría ser su discípulo. Sin embargo, la misericordia del Señor es infinita y por su gracia proveyó los medios para ayudarlo a creer. En nuestro caso, no lo hemos visto ni lo podemos tocar físicamente. Solo nos queda, con la ayuda del Espíritu Santo, creer que Jesús resucitó y que vive para siempre. ¿Crees esto? Solo así podrás ser su discípula, su discípulo y ser salvo.


Todo este diálogo con Tomás permite que Jesús exprese una bendición que alcanzó a todas aquellas primeras generaciones que creyeron por lo que las discípulas y los discípulos les contaron y también, nos bendice a quienes no lo hemos visto físicamente pero que, por su gracia y misericordia, hemos creído en Él: “DICHOSOS LOS QUE CREEN SIN HABER VISTO” dijo Jesús (v-29). Si crees eres bendita, bendito, eres feliz, dichosa, eres dichoso.


Al concluir la reflexión de hoy, te invito a que reafirmes tu fe en Jesús expresando como Tomás: “¡Señor Mío y Dios mío!”. Te invito a que aceptes o reafirmes el llamado y envío que Jesús te hace a vivir y proclamar la buena noticia de salvación. Te invito a que te incorpores a las acciones que contribuyan a cumplir la misión que nos ha sido encomendada, a fin de dar esperanza a quienes no la tienen. Te invito a que, en este tiempo de pandemia, tengas la disposición a ayudar a que las personas más vulnerables y necesitadas, a través de tus acciones de amor y de solidaridad, puedan ver y experimentar la presencia de Jesús resucitado. Y por último, te invito a que a cada instante la certeza de la resurrección de Jesús te impulse a decir ¡Aleluya Cristo Vive!


Rvda. María Jiménez de Ramírez

Pastora Iglesia Presbiteriana Príncipe de Paz-Caracas


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