Muchas veces se dice que el evangelio de Marcos comienza con un Jesús adulto, que no menciona los antecedentes, pero si vemos con detenimiento el inicio de este relato notaremos que se remonta a los días de opresión del pueblo de Israel por naciones extranjeras, cita lo que dijo Isaías (700 años antes), encarnando la esperanza de liberación nacional. Y Marcos no vacila en presentarlo como el Mesías (Cristo); pero además lo presenta como hijo de Dios, así que tanto para judíos como para los gentiles este Jesús debe significar algo especial.
Aparece un mensajero que se encargará de preparar el camino y lo hace desde el desierto, ese lugar que evoca el crisol donde Dios moldeó a su pueblo, allí acudirán las multitudes, dando la espalda a la orgullosa Jerusalén con todo y Templo (distante unos 30 km, un día de camino). En lugar del sacerdote con todo su boato está un ermitaño.
Desde el desierto llega el llamado a arrepentirse; lejos del bullicio de la ciudad, la soledad (silencio) del desierto invita a oír la voz de Dios, es el lugar apropiado para el examen de conciencia que conlleva el arrepentimiento. Mismo que implica cambio de manera de pensar, dejar aquello que aleja de Dios (egoísmo, deshonestidad).
Ese personaje imponente, atrevido; representante de esa clase de líderes (profetas) que el pueblo no había tenido por más de 300 años, ahora se desvanece, al decir “no soy digno de desatar su calzado” refiriéndose a su sucesor, quien vendría después de él. No es que Juan fuese pequeño, es que Jesús es nada más y nada menos que Dios encarnado.
En este tercer domingo de Adviento, tiempo de reflexión de preparación para el advenimiento del niño Dios, dispongamos nuestros corazones al arrepentimiento, al cambio de conducta, de manera de pensar.
IMPLICACIONES
1. Permitamos que Dios “trabaje” con nosotros que nos moldee, no temamos al desierto
2. Oigamos la voz de Dios “dejemos la ciudad”, y procedamos al arrepentimiento
3. Agradezcamos el ser llamados hijos de Dios y actuemos con humildad
Rev. Wilfredo Peña
Comments