“La madre es el único Dios sin ateos en la tierra” escribió una vez el poeta francés Ernest Legouvé, conteniendo una hermosa imagen de divinización materna, pero también de humanización de Dios, de un Dios encarnado sin detractores, para lo cual sugiere tener características de una mamá: amorosa, paciente, empática, comprensiva, luchadora, valiente y un largo etcétera. Por su parte, nuestra tradición patriarcal nos ha hecho crear a un Dios distinto a esta imagen, Dios suele ser hombre, europeo, señor, rey, lejano de toda coherencia con el proyecto de vida que trae para la humanidad perdida. Se me ocurre preguntarme ¿Cómo es el Dios en que creemos? ¿Qué personalidad posee ese Dios de la historia y del presente? ¿Nuestro concepto de Dios se parece al concepto histórico que muestra el evangelio?
En la lectura del evangelio de hoy (Juan 10:22-30) Jesús es interpelado, los judíos quieren interrogarlo para saber sobre él, están preocupados por conocer quién es aquel que hace milagros, que libera, que reta, y él está listo para presentarse no solo como hijo de Dios, sino como aquel que es uno solo con Dios. Destaquemos que Jesús presenta su carácter divino y mesiánico fundamentado en una relación (metafórica) entre unas ovejas y un pastor, más que decir quién es y cómo es su nombre, Jesús afirma una manera especial de relacionarse con su pueblo, una relación de conocimiento mutuo, unas ovejas que oyen a su pastor y le siguen, un pastor que cuida sus ovejas, les da vida y seguridad; para Jesús lo trascendental y lo novedoso es que siendo Dios viene a proponernos una nueva forma de relación, viene a mostrársenos como pastor de ovejas, como madre que cuida a sus hijas/os.
Esta escena es clave para el trabajo evangelístico de hoy, porque vivimos tiempos en los que gran parte de la iglesia protestante quiere presentar una imagen borrosa, pixelada del Dios del evangelio, hoy pretenden presentarnos a un Dios que está sentado en un trono a la espera de que las personas se equivoquen para castigarlas, un Dios capitalista pues lo que quiere para sus ovejas es prosperidad a costa de la explotación del hermano/a y a costa de la explotación de la creación, un Dios que no quiere que las personas tengamos dignidad, pues pone fin a nuestros derechos y quiere que lo aceptemos todo de manera resignada, un Dios que no acepta diferentes, sino que ya tiene su grupo de preferidos; queridas hermanas, queridos hermanos ¡ESTE NO ES DIOS! Esta, junto a una larga lista de otras atrocidades, es la construcción patriarcal de Dios, es el Dios que los poderes religiosos quieren que conservemos, es un Dios creado por hombres poderosos.
El Dios del pueblo y de la gente es madre, es el que provee lo suficiente, el que vela nuestro reposo, es el que inquieta nuestra conciencia para el trabajo por la justicia, el que nos defiende de la muerte al luchar contra los poderosos, el que nos invita a celebrar con un gran banquete y nos promete un espléndido futuro (Salmo 23). Si la iglesia comenzara hoy a creer en un Dios que es madre muchas cosas cambiarían, muchos debates terminaran, muchos corazones se doblegaran, muchas luchas se ganarían, como diría Benedetti “Ay Dios mío, Dios mío, si hasta siempre y desde siempre fueras una mujer, qué lindo escándalo sería”. Y ante todo, rendidas/os en esos brazos maternales, renacería en nosotras y nosotros una esperanza fresca, una esperanza viva en que ciertamente nuestra lucha y nuestra fe es en ese día en el que ya no habrá más hambre ni sed y en el cual solo Dios-madre limpiará toda lágrima de nuestros ojos (Ap. 7:16-17) ¡AMÉN!
Julio César González
Candidato al Sagrado Ministerio
Caracas, Venezuela
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