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“PODER PARA SERVIR"

Foto del escritor: sinodoipvsinodoipv

Marcos 10:35-45



Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, ambicionando poder, le piden al maestro “que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. El juego del poder está presente en medio de los propios discípulos del Señor.

Estamos acostumbrados a identificar la política con el juego del poder. Todos los partidos políticos buscan la toma del poder, por una o por otra vía. Los gobernantes buscan detentar el poder, hacer uso del poder, manejar el poder--aun cuando muchas veces hay que reconocer que se tiene el gobierno, pero no se tiene el poder. Pero no sólo se habla del poder en el terreno de la vida política. Tenemos que reconocer también la realidad del poder económico, fuerza y motor de gran parte de lo que ocurre en la sociedad, política como civil.

Si a eso vamos, el juego del poder y el ejercicio del poder, legítimo o ilegítimo, se dan en todas las instituciones humanas, seculares como religiosas. Más aún, la cuestión del poder se identifica, para el ciudadano común, como la expresión de una dominación y abuso del poder por parte de sus detentores. De esta forma, el poder se torna en poder para controlar, para manipular, para explotar, para usufructuar, para aprovecharse de los demás y utilizar a los demás--por la fuerza que supuestamente le es intrínseca al poder.

Esta acepción del poder se identifica con la potestas de los latinos, que era fundamentalmente un poder imperial que ejercía autoridad, control y dominación. La potestas subyugó pueblos y controló naciones enteras. Está directamente vinculada con el patriarcalismo, como bien lo ha señalado el movimiento feminista en nuestros días. Su abuso o uso indiscriminado lleva a la deshumanización tanto de los gobernantes, como de los súbditos. En la vida cotidiana del hogar, del trabajo, del estudio, de la vida eclesial, lamentablemente nos encontramos también con el juego del poder, con la lucha por alcanzar cuotas de poder. Este juego coloca a los propios intereses y al deseo de tener poder, por encima de los demás y de la sociedad en general. Nos lleva a utilizar a los demás como peldaños en nuestro pretendido ascenso a las alturas del poder. Tiene sus frutos en la corrupción más burda, en la explotación de la mujer por parte del poderoso macho, en la explotación de la niñez, de la juventud y de la ancianidad, todo por el ansia de poder. Este tipo de poder es dañino y tiende a destruir a la sociedad humana y a la propia naturaleza, ya que tiene rasgos de lo demoníaco.

Pero existe otra acepción del poder, que se identifica con la exousía de que nos habla Jesús de Nazaret en el texto para hoy. Este es un poder para servir al prójimo, para capacitar y potencializar o empoderar a los demás y jamás para utilizarlos como meros objetos.

Se trata del poder manifestado por aquellos gobernantes que “mandan obedeciendo” a sus pueblos. Es el poder guiado por los principios del amor y la equidad, que concibe la política y el gobierno en función del bien común. Dentro de esta concepción, los más poderosos son los que auténticamente sirven a los demás y se desviven por los demás. Este es un poder verdaderamente democrático, compartido, dialogante, compasivo y misericordioso. ¿Sueño de tontos?, ¿quimera de ilusos? Tal vez, junto con Jesús, Bolívar, el quijotesco Miguel de Unamuno y miles de otros soñadores esté ubicada una nueva humanidad basada en el poder del amor a Dios y al prójimo, humanidad amante de la justicia, el respeto mutuo y la tan ansiada paz.


Rev. Edgar Moros Ruano

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