(Marcos 8:27-38)
Jesús avista en el horizonte cercano su fin, en manos de quienes estaban llamados a ser pastores del pueblo del pacto. Es un momento crucial de la tarea que le encargó "el Padre".
Había dejado muy claro que él había venido al mundo para hacer y para hablar, en medio del pueblo, lo que veía hacer a su Padre (Juan 5:19-20; Juan 8:12-47; Juan 14:10,11). Nada ni nadie podría hacerlo salir de ese propósito. El opositor ya lo había intentado durante su preparación para su misión, en el desierto. Sin éxito. Ahora, las bien intencionadas reconvenciones de Pedro aparecen como un nuevo intento. Pero la dura reacción de Jesús le enseña al futuro apóstol que lo mejor no es que las cosas sucedan como nos gusta, sino en conformidad al proyecto de Dios. Lección, por cierto, que hasta el día de hoy nos cuesta bastante entender, y mucho más asumir.
Lo que se trata es de comprometerse de forma absoluta con el deseo de Dios, lo cual implica abandonar nuestros deseos. Estos nacen de un corazón contaminado por el mal. Dios quiere nuestra sanación y restauración. El medio elegido es seguir a Cristo Jesús hasta la cruz.
La vida de toda mujer u hombre que asume el discipulado en Cristo se parecerá inexorablemente a la de su Señor. En su deseo de seguir las huellas del Maestro, le tocará desarrollar el exigente cometido de negarse a sí mismo y “perder” su vida para poder ganar, en la mayor plenitud posible, la vida de Cristo. Esta es la única manera de descubrir la clave del “éxito” en la vida discipular cristiana, y ver cumplido en nosotros, quienes nos llamamos seguidoras y seguidores de Cristo, la vida abundante prometida por nuestro Señor y Salvador. Así es, morir para el sistema del mundo, por la causa de Cristo, es alcanzar la vida.
“Entonces Pedro le dijo: —Nosotros hemos dejado todo para seguirte. ¿Qué recibiremos a cambio? Jesús contestó: —Les aseguro que cuando el mundo se renueve y el Hijo del Hombre se siente sobre su trono glorioso, ustedes que han sido mis seguidores también se sentarán en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo el que haya dejado casas o hermanos o hermanas o padre o madre o hijos o bienes por mi causa recibirá cien veces más a cambio y heredará la vida eterna” (Mateo 19:27-29 –NTV).
Toque el Señor lo profundo de nuestras vidas, de una manera tal, que el entendimiento cabal de lo que implica ser cristiano sea una feliz realidad en mujeres y hombres que nos acercamos a Dios. Al suceder esto, nos apropiaremos con todo gusto del "yugo" de Jesús, el cual nos invita a despojarnos de la forma de vida egocéntrica. La vanidad, el orgullo, la concupiscencia y la pasión por el poder quedan inoperantes en la mente y el corazón de toda persona cautiva a la obediencia de Jesús. Quien "pierda su vida" de tal forma, dice Jesús, la ganará para la eternidad. Al igual que Pablo dirá: "No me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para salvación". Por su parte, Jesús promete su galardón a quienes le son fieles. El Señor nos conceda su virtud y sea para el Señor la gloria por siempre.
Valmore Amarís R.
Caracas, Venezuela
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