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MATEO 3:1-12

Foto del escritor: sinodoipvsinodoipv


El evangelista Mateo nos narra en su Evangelio el discurso y el talante de Juan el Bautista (Mateo 3:1-12). Aquí quedó consignada la marca de todo auténtico profeta de Dios: un compromiso irreductible con el llamado que procede de Él.

Para Mateo, en Juan se cumple la profecía de Isaías (Isaías 40:3). Juan es "una voz que clama en el desierto" preparando el escenario para el encuentro entre el Mesías y el pueblo del pacto con Yahweh.

En el texto se percibe, por lo menos, tres elementos claves de la predicación de Juan el Bautista.


1. "Arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios, porque el reino del cielo está cerca"

Juan señala la proximidad del reinado de Dios sobre el mundo de los seres humanos. La irrupción de este reinado obliga la reparación de todo camino torcido, el abandono de toda desobediencia y de toda impiedad por parte de mujeres y hombres. Se requiere una modificación radical en el pensar y el actuar; un cambio de rumbo que manifieste claramente un retorno al camino ya señalado por Dios. Dios se acerca a la humanidad. Debe haber correspondencia: la humanidad se prepara para el encuentro con Dios. Ese encuentro requiere estar en condiciones, a fin de recibir los beneficios de la visita.

Debemos entender que nada ha cambiado, en lo que respecta a la necesidad de una humanidad urgida de arrepentimiento. Y, de igual modo, la necesidad de profetas que no sientan vergüenza, ni diluyan las demandas del reinado de Dios.

Para nada hace bien, a la iglesia de Cristo, relajar los principios del Evangelio con miras a congraciarse con los sistemas del mundo.


2. "Todo árbol que no produzca buenos frutos será cortado y arrojado al fuego"

Como consecuencia lógica a la presencia del reinado de Dios, en palabras y acciones, la humanidad quedará bajo el escrutinio divino.

Dios revela las demandas de "su corazón".

Ante los ojos humanos la voluntad de Dios es dada a conocer. Esa revelación es la hoja de ruta para el andar de quienes reciben el llamado al arrepentimiento y conversión. Es también una semilla cuya germinación espera contar, como resultado, con árboles que produzcan fruto. No se trata de ser simplemente "oidores" del mensaje procedente de Dios. Antes bien, personas con espíritu fértil que se ajusten al deseo de Dios.

El profeta, sin cortapisa ninguna, aclara que de toda persona llamada a participar del Reino se espera resultados. Esto es, "buenos frutos". No se trata de dar frutos, sino frutos de los buenos.

La iglesia fiel a su compromiso hará las mismas demandas al pueblo que se congrega en el Nombre del Señor.


3. "Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego"

Uno de los símbolos más usados, por los pueblos antiguos, era la purificación o lavamiento en aguas. Señal de preparación espiritual, en el deseo de estar a buenas cuentas con Dios. El bautismo que ejecutaba Juan contaba con mucho de esa impronta. Pero, el profeta imparte una buena noticia: el que viene de parte de Yahweh también bautizará; solo que su bautismo es de Espíritu y fuego. En otras palabras, impartirá el don de la presencia misma de Dios en las vidas.

El tremendo anuncio del profeta Juan es que, a Quien él está preparando el camino, tendrá el poder para capacitarnos para la vida sobrenatural. Entendiendo esta como el llegar a participar de une existencia en intimidad con Dios, por su Espíritu.

La acción discipular de la iglesia de Cristo debe provocar en las vidas de las y los discipulados una fe que arda. La presencia del Espíritu de Dios en la vida del creyente inequívocamente se traduce en consagración a Dios y pasión por las cosas santas; las que pertenecen al reinado de Dios.

Sea nuestra humilde petición, al Dios de la vida verdadera, que el modelo dado por el profeta Juan, en su discurso y su vida, pueda igualmente ser reproducido en nuestras vidas, ahora moldeado por el fundamento del Señor Jesucristo.


Rev. Valmore Amarís

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