En la ciudad cosmopolita de Corinto el mensaje del Evangelio de Jesucristo había conseguido buena acogida. Se había constituido una congregación muy dinámica. Todo indica que además era muy diversa, tanto en lo que a estratificación social se refiere, como también en materia de pareceres y formación doctrinal. Entre los debates doctrinales, a la luz del texto que nos ocupa, se encontraba el asunto de la resurrección de los muertos.
Ahora bien, la fe cristiana supone la resurrección de Jesús. Los apóstoles no habían presentado a su Maestro solo como Maestro. Los apóstoles presentaron a Jesús como Señor y Cristo. Sus discursos señalaron inequívocamente que Él era el "Cordero de Dios" que quita el pecado de la humanidad y, su muerte sacrificial, permite la reconciliación con el Dios eterno y santo. También testificaron vehementemente que no se quedó en la tumba en la que lo enterraron, sino que -tal y como lo había anunciado- al tercer día salió de allí con un cuerpo glorificado.
Esto representa el mensaje central de la fe en Jesús. Sin esto, la fe cristiana pasaría a ser una "religión" más de entre las muchas espiritualidades que para entonces existían. Y aún lo sería así, en nuestro tiempo.
El apóstol Pablo sale al paso y toma parte en la discusión: si no hay posibilidad de que los muertos resuciten ¿Entonces qué hacemos con Jesús, Señor resucitado? Sería una falsa afirmación. O por lo menos, muy dudosa. Entonces los apóstoles y discípulos que afirmaron haber visto al Señor resucitado (incluyéndolo a él) resultan ser unos mentirosos, o manipuladores. Eso sí, dispuestos a morir por mantener su engaño. Cosa bastante difícil de aceptar.
Precisamente, lo que distingue nuestra fe cristiana de las espiritualidades de las muchas culturas y pueblos poseedoras de la conciencia de la divinidad, es la resurrección de Jesús. La resurrección de Jesús es la columna vertebral de nuestra fe, y le da soporte a todo lo demás: a la esperanza de mundos nuevos, al sentido de la vida, a la existencia de la iglesia.
Albert Mohler Jr. afirmó: "La Iglesia no tiene la simple autorización para celebrar la resurrección, tiene el mandato de anunciar la verdad que Dios resucitó a Jesucristo de entre los muertos. El Señor resucitado dio a la Iglesia una comisión sagrada de llevar el Evangelio en todo el mundo. Como Pablo dejó en claro, la resurrección de Cristo también se presenta como un consuelo para el creyente, porque Su victoria sobre la muerte es un anticipo y promesa de nuestra propia resurrección mediante Su poder. “Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.” [1 Corintios 15:53]"
La fe en Cristo es fe fundamentada en el hecho histórico de la resurrección de Jesús: el primer resucitado glorificado. Y así, pues, Pablo -de manera tajante- sentencia: "Lo cierto es que Cristo ha sido levantado de entre los muertos, como primicias de los que murieron" (1 Corintios 15:20). Soli Deo Gloria.
Rvdo. Valmore Amarís R.
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