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JESÚS Y EL TEMPLO-- CUANDO LA FE SE TORNA EN UN NEGOCIO (Juan 2:13-22)

Foto del escritor: sinodoipvsinodoipv

1. Jesús no era uno de esos que hacían del Templo de Jerusalén una especie de ídolo. Eso lo vemos en el pasaje con la mujer samaritana donde claramente señala que más importante que el Templo de Jerusalén en sí, es la adoración en espíritu y en verdad. Pero Jesús tampoco despreciaba el Templo. Cuando era un infante él había estado en el Templo para ser presentado ante el Señor y cumplir con las exigencias de la ley. A los doce años estuvo allí con sus padres y aparentemente se perdió cuando en realidad estaba escuchando y charlando con los letrados y sabios del Templo. Sin duda Jesús respetaba el Templo de Jerusalén y lo consideraba “la Casa de su Padre”.

2. Pero en el pasaje leído para hoy, en el Evangelio según San Juan, nos topamos con una situación muy grave, donde Jesús encuentra la corrupción en el propio centro del culto y adoración, como lo es el Templo de Jerusalén. Encuentra “en el Templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas que estaban allí sentados”. Al ver esto Jesús se llenó de ira santa y haciendo un rejo “echó fuera del Templo a todos, con las ovejas y los bueyes, también desparramó las monedas de los cambistas y volcó las mesas”. Con voz profética les dijo a los que vendían palomas: “quitad esto de aquí y no convirtáis la casa de mi Padre en casa de mercado”. De inmediato los judíos que observaban la fuerte acción de Jesús le pidieron una explicación por su acción y exigieron que les diera una señal, lo propio de un enviado de Dios. Y Jesús les dijo “Destruid este Templo y en tres días lo levantaré”. El evangelista Juan acota que “él hablaba del templo de su cuerpo”. Esta fue una señal que no entendieron y que algún tiempo después sería utilizada en el juicio para llevar a Jesús al Calvario (Mt. 26:60-62).

3. Algunos han pensado que esta acción fuerte de Jesús, mostrando ira, deja ver que Jesús no era realmente un príncipe de paz, sino que era un iracundo hombre, indigno de ser un enviado de Dios. Pero no se trata de una rabia o ira vulgar y corriente, sino de la ira santa que resulta del celo por la santidad de Dios y su Casa. Evidentemente la fe pura de Israel se había tergiversado y se había convertido en una religión que había hecho del culto y adoración un comercio, un negocio. Aparentemente los verdaderos dueños del negocio de venta de animales y los cambistas eran las propias autoridades del templo, Sacerdotes y hasta el Sumo Sacerdote. Esto sin duda era abominable para Dios.

4. En siglos recientes y en nuestros días encontramos también que la fe cristiana se torna en un negocio. Las Indulgencias en la Iglesia católica medieval son un ejemplo de burdo negocio y comercio. Pero esto no sólo ocurre en la Iglesia Católica. En las iglesias evangélicas y pentecostales han surgido los pastores millonarios, verdaderos comerciantes de la fe. Los famosos tele-evangelistas y el negocio del “evangelio de la prosperidad” y el “pare de sufrir” son un comercio para embaucar a los fieles. El culto en esas iglesias es un show, un verdadero espectáculo destinado a recabar el dinero de los incautos feligreses. Tal como hizo Jesús, nosotros también hemos de rechazar esa tergiversación de la fe.

5. Hemos de cuidar que en nuestras iglesias no caigamos en estos errores. También en nuestras vidas personales hemos de mantenernos ajenos a traficar con nuestra fe. Somos llamados a ser verdaderos templos del Espíritu Santo.

Que Dios nos bendiga, AMÉN.

Rev. Edgar Moros Ruano





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