Jesús ha desarrollado todo un ministerio que ha incluido el anuncio del Reino de Dios, la sanación de enfermos del cuerpo, de la mente y del espíritu, resucitación de muertos y muchos otros milagros. Todo este ministerio ha sido la expresión de un inmenso amor por el ser humano, un darse a los demás, un gastar su vida, en un principio, por las ovejas del pueblo de Israel, pero luego por todos los seres humanos, incluyendo samaritanos, griegos, cananeos, y otros “paganos”.
Pero llega un momento en el que Jesús toma conciencia de que su ministerio, su misión como el Hijo de Dios ha de pasar por padecimientos y muerte a manos de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas. Así, en el evangelio para hoy nos encontramos ante el momento cuando Jesús comienza a declarar a sus discípulos que “le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho”. De hecho, Jesús vislumbra su muerte y resurrección.
Esta declaración debió haber causado estupor en el grupo de los discípulos. Pedro, el más arrojado de ellos lo tomó aparte y comenzó a reconvenirlo y tratar de convencerlo de abandonar esta idea y que tal muerte no debería acontecerle. Desde una perspectiva humana Pedro tenía la razón: “Señor, ten compasión de ti mismo”, en otras palabras, “protégete, no vayas a Jerusalén, huye de aquí, salva tu vida, no dejes que te echen mano”.
Este Pedro es el discípulo que había confesado que Jesús era “el Cristo, el Hijo del Dios viviente” y había recibido el reconocimiento del Maestro: “Bienaventurado eres Simón…porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Pero ahora recibe el rechazo del Maestro: “--¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”.
Jesús está ahora consciente de que su misión, su destino, es entregar la vida por completo. Tratar de salvar su vida sería perder su vocación divina, sería en realidad perder la vida para la que vino al mundo. Pedro no acaba de entender el significado de la vida sacrificial del Maestro. No pone la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
Estamos en realidad ante dos esquemas, dos modelos de existencia humana. La “mira” de los hombres es el egoísmo, la búsqueda del lucro, el amor al dinero, el “sálvese quien pueda”, el “primero yo, después yo, y por último yo”. En este esquema lo fundamental es salvar la vida propia, los demás importan solo en la medida en que me sirven para lograr mis propósitos y metas.
En el esquema de Jesús la vida no es para ser guardada, Dios no nos ha creado para que estemos encerrados en una existencia egoísta, ciegos ante el prójimo y sus necesidades, solo interesados en el dinero, la fama y la gloria pasajeras. Jesús señala claramente que el que salva su vida la perderá. Seguir el nuevo esquema de vida del Maestro, seguir “en pos de Él” implica negar la existencia egoísta y seguir al Maestro en una vida de entrega, de servicio al prójimo y a la humanidad toda, implica que hay que tomar la cruz de una vida de entrega, de amor, de justicia, de solidaridad y de auténtica humanidad.
Rev. Edgar Moros Ruano
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