En el evangelio de hoy encontramos a Jesús sanando a una mujer en el día de reposo. Esta historia de sanidad es muy especial, como otras que aparecen en los evangelios, sin embargo, esta tiene gran impacto para mí. Empezando por ver el cuadro de esa mujer encorvada, encorvada desde hace 18 años por causa de un "espíritu de enfermedad", llevando a cuestas el peso de una sociedad machista, una sociedad que seguramente le señalaba hasta hacerla sentir pecadora y sin dignidad alguna. Estamos hablando de una mujer a quien la sociedad excluía y repudiaba, una mujer que no tenía lugar alguno en su comunidad.
Ella no pide nada, está en silencio, está entre la gente, solo escucha las enseñanzas de Jesús. Pero Jesús sí la ve y se percata de su necesidad, la llama, pone sus manos sobre ella y la libera. La libera de la enfermedad, la libera del repudio social, la libera de tener que estar encorvada luchando con la vida que le ha tocado, Jesús la sana y le devuelve su dignidad. A partir de ahí la mujer no está más callada, ahora se pone recta y alaba a Dios porque ha sido sanada. Pero su sanidad incomoda a algunos, el principal de la sinagoga se molestó, por lo que Jesús llamó hipócrita y le reprendió.
Muchas veces nos identificamos en esta historia con el principal de la sinagoga, quien se preocupa más por la observancia de la ley que por el ser humano. Pero yo quisiera identificarme hoy con la mujer encorvada, porque en el camino de la vida nos vemos encorvados en medio de los poderes del mundo y en medio de los poderes eclesiales. Los señalamientos que algunas veces vienen hacia nuestra dignidad, las exclusiones de las que somos víctimas, la violencia que viene hacia nosotres en cualquiera de sus formas, entre otras prácticas, nos desaniman, nos cargan, nos decepcionan, nos encorvan, como también la carga de nuestros propios errores no nos permiten estar rectos. ¿Cuántas veces no nos sentimos con hombros y brazos caídos? ¿Cuántas veces sentimos el peso de un sistema que nos oprime? ¿Cuántas veces nos ha tocado estar encorvados?
Así como en la historia, hay a quienes no les interesa que caminemos rectos nunca más, nos prefieren caminando así encorvados en el anonimato, porque rectos somos molestos. Afortunadamente, es Jesús quien cambia el diagnóstico, es quien nos libera de todo sentir, de toda opresión, de toda exclusión, de toda violencia, y nos da dignidad como hijos suyos. Jesús nos llama y se hace cargo del peso que llevamos, endereza nuestra espalda, levanta nuestro rostro, y nos hace que le alabemos a través de nuestros actos y de nuestras luchas. Acerquémonos a Jesús, fuente de gracia y misericordia, no estemos encorvados jamás, porque Jesús nos llama a estar rectos y a ir adelante en los lugares que nos ha asignado, alegrándonos por todas las cosas gloriosas que en Él hemos de hacer.
Pbro. Julio César González
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