La libertad ha sido el tesoro siempre anhelado de nuestros pueblos, la búsqueda de la independencia y del camino propio es un bien admirado en el hombre y la mujer moderna; no obstante, pensar en la libertad del mundo hoy es una paradoja. Vivimos en un mundo que “dice ser libre”, pero que en su esencia vive hoy más cautivo que nunca, preso en un sistema económico completamente desigual, preso en la propia destrucción del único lugar disponible para habitar, preso en una dinámica global que promueve la guerra, que promueve la destrucción entre iguales, preso en un círculo que lleva a la muerte.
El apóstol Pablo escribe una carta a Filemón para interceder por la libertad de un gran amigo, el cual en un tiempo fue esclavo, pero ahora es prófugo de su amo. Pablo apela a los principios de la hermandad cristiana, pide de manera personal que Onésimo sea dado en libertad y, aún más, perdonado. Pablo sabe el valor que tiene la libertad y se atreve a romper con los convenios sociales para la liberación de su amigo. No sabemos si Pablo logró su objetivo, pero sí ha dado un principio indispensable para la vida cristiana: tenemos un llamado ineludible a abogar por la libertad.
Esa acción de Pablo es referente hoy, es una muestra de la opción radical por ese mundo de hermandad y de libertad ante todas las cadenas estructurales que nos oprimen. Y cuando hablamos de la opción radical es la misma opción que nos muestra Jesús en el evangelio, a tomar una cruz y seguirlo, a dejarlo todo por ese Reinado que Él desea, a dar la vida por el proyecto que El Señor tiene para nosotros. Jesús deja claro que no hay “medias tintas”, que no hay “tibiezas”, sino que le seguimos o no, queremos o no su Reino, queremos o no la libertad. ¿Estaremos hoy dispuestos? Comienza hoy con la acción más pequeña.
Julio César González
Candidato al Sagrado Ministerio
Caracas, Venezuela
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