-“Si tu hermano peca contra ti”, esta es una experiencia humana nada rara en nuestras vidas. Un aparente desprecio, una palabra hiriente, una acción inamistosa, son suficientes motivos para que nos sintamos mal en la relación con nuestros amigos, nuestros familiares o nuestros hermanos en la fe. Si la otra persona habla mal de nosotros, propalando falsedades, insultándonos o peor aún, acusándonos de algo que no hemos hecho, o si se da el engaño o la traición, pues naturalmente que nos sentimos ofendidos y lesionados en nuestra dignidad. Si la falta es aún más grave, llegando a alguna agresión física, pues por supuesto que nos molestamos enormemente.
Una primera reacción ante el pecado “de tu hermano contra ti” puede ser un profundo disgusto, enojo, rabia o ira. Algunas personas dejan de hablarle al ofensor, demostrando así el profundo malestar que se siente. Entre personas no creyentes estas situaciones a menudo llevan a acaloradas discusiones, pleitos, acciones violentas y feas peleas o demandas judiciales, que pueden llevar a distanciamientos y rupturas permanentes. Entre hermanos en la fe estas situaciones no deben darse.
En el pasaje del Evangelio para hoy tenemos una instrucción pastoral excelente de parte de Jesús, que nos enseña cómo actuar ante el problema ocasionado por “el pecado de tu hermano contra ti”. La clave del asunto está en la actitud dialogante y pacífica del hermano que ha sido ofendido, que está en disposición de perdonar al ofensor. Se requiere una gran fortaleza espiritual para ir a buscar al ofensor, o aparente ofensor para ventilar todo el asunto que ha causado malestar en el ofendido. “Repréndelo estando tú y él solos”. Ante el reclamo o reprensión se pudiera llegar a dilucidar que todo ha sido un mal entendido, por lo cual realmente no ha pasado nada. Pudiera ser que el ofensor reconozca que ha actuado mal con el hermano y que está arrepentido de su conducta indebida, por lo que se da el perdón entre los hermanos. El ofendido “ha ganado a su hermano”.
Pero pudiera darse el caso de que el ofensor no admita su falta y siga obstinado en su ofensa. En tal caso la instrucción pastoral es que se insista en convencer al infractor, llevando dos o tres testigos que den fe de la situación. Si el ofensor persiste en su pecado, la instrucción de Jesús es que se lleve el asunto ante la iglesia. Si el ofensor no oye a la iglesia, entonces tiene que ser disciplinado.
Como vemos aquí, el perdonar a los que nos ofenden es un proceso de amor y acción pastoral. Requiere mucho diálogo, aclaratoria de situaciones, actitud pacífica y perdonadora. Pedro le pregunta a Jesús “¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí?” La respuesta de Jesús nos lleva a entender que el perdón no tiene límites. Siempre hay que estar listos para perdonar.
Rev. Edgar Moros R.
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