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Cuarto Domingo de Cuaresma

Foto del escritor: sinodoipvsinodoipv

El capítulo quince del Evangelio según Lucas nos presenta tres conmovedoras parábolas. Anticipa a estos relatos la sanidad de un enfermo de hidropesía por parte de Jesús, un día de reposo religioso, en la casa de un connotado hombre perteneciente a la secta judía de los fariseos. De manera que las parábolas que nos ocupan se desarrollan en el contexto de las muchas desavenencias que tuvo el Señor con los fariseos, y más propiamente, con la manera de pensar y juzgar de ellos, de su noción de justicia y de sus estrechos criterios y su celo religioso muy carente de sensibilidad para con el prójimo.


El Señor Jesús se vale de imágenes que en el transcurrir de los siglos se han constituido en patrimonio moral del ser humano; enseñanzas archiconocidas universalmente que nos muestran una apariencia de Dios que los fariseos no parecían entender bien o no conocían: el diligente pastor en búsqueda de su oveja perdida; la mujer buena administradora atareada por encontrar su moneda extraviada y el preocupado y paciente padre a la espera de su hijo prodigo. Difícilmente alguno de nosotros no está al tanto de los torrentes de tinta, sermones y labor artística que estas parábolas han inspirado. En esta oportunidad, de los abundantes comentarios que podemos realizar, queremos destacar de estas enseñanzas de Jesús un par de aspectos que deberían impactar todo nuestro ser:


Lo primero es que, en el proyecto de reconciliación, restauración, salvación y sanación del ser humano siempre la iniciativa viene de parte de Dios. Es el amor del Señor por su creación quien sale a salvar, quien está preocupado por quien está lejos, perdido y en peligro. En los versículo 4, 8 y 20 queda de manifiesto un Dios que diligentemente busca y espera por nosotros. Esta bendita verdad debe llenarnos de un profundo consuelo y esperanza. Y es que si nuestro espíritu, nuestro corazón, anhela del Dios de la vida, es porque Él primero nos desea en armonía y en relación con Él.

Un segundo aspecto que no debemos perder de vista es la alegría de Dios cuando la comunión con Él ha sido establecida. Sí, así es: nuestro Dios se regocija por nuestra sanidad y restauración. Los versículos 5, 9 y 22 al 24 nos muestran un retrato de Dios que pocas veces viene a nuestra mente: ¡Dios está feliz porque su oveja fue rescatada, porque su moneda apareció, porque su hijo desorientado volvió a su hogar! ¡Dios se alegra por nuestro arrepentimiento y reconciliación! ¡Y hace fiesta compartida! Nuestro corazón también debe igualmente maravillarse de humilde alegría a causa de la alegría de Dios.


Ese el carácter de Dios. A ese Dios conocemos, a ese Dios amamos, a ese Dios servimos. Bendito su Nombre para siempre.


Rvdo. Valmore Amarís

Pastor Comunidad Reformada El Salvador

Caracas, Venezuela




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