S. Juan 6:51-58
Una de las cosas que nos ha enseñado este tiempo de pandemia. Ha sido a valorar lo que tenemos. La vida, la familia, los vecinos, los verdaderos amigos, la Iglesia y el calor de los hermanos y hermanas en la fe. Hemos aprendido a darle verdadero valor a las cosas, a las personas y a muchos detalles por pequeños que estos sean. Uno de esos tantos aprendizajes está relacionado con la comida, con los alimentos. Es común escuchar decir a cualquier persona: “Bueno, no gano mucho, pero al menos nos alcanza para comer.” O también se oye muchas veces: “Gracias a Dios que al menos tenemos para la comidita.” Hemos aprendido a ahorrar y a no despilfarrar lo poco o mucho que tengamos para comer. Todos conocemos ahora y le damos mayor importancia a lo que es una buena alimentación y lo estrechamente relacionado que está con el denominado Sistema Inmunológico. Muchas veces hemos escuchado la expresión: “Somos lo que comemos.”
El tema de esta semana se relaciona con lo comentado anteriormente. La teología juanina como la mayoría conoce, está dirigida a convencer al lector que Jesús es el Mesías prometido, que Jesús no es un profeta más, sino que realmente es Dios encarnado. Y para ello se dedica a resaltar sus milagros, prodigios y señales. Algo que no agrada mucho a parte del pueblo y a muchos de los líderes religiosos de aquel entonces. Cegados por la idolatría, las tradiciones y la evidente envidia que les causaba el carisma y la gran fama de Jesús, el simple hijo un carpintero.
El mismo Jesús que le dijo a Nicodemo que era necesario nacer de nuevo y a la mujer samaritana que él era el “agua viva.” Pocas horas antes hizo el gran milagro de la multiplicación de unos pocos panes y peces para que comiera una inmensa multitud. Ahora se presenta ante ellos como “El Pan de Vida que bajó del Cielo” y que además tenían que comerlo para poder acceder a la vida eterna. Lo que causó gran conmoción, pues el único pan sagrado para ellos era el maná que alimentó al pueblo en su transitar por el desierto y hasta una muestra del mismo estaba muy bien guardado en el Arca del Pacto. A lo que El Señor comenta en el verso 58: “Este pan no es como el que comieron sus antepasados, que a pesar de haberlo comido murieron; el que come de este pan (refiriéndose a él) vivirá para siempre.” Con estas palabras el Maestro hace alusión a lo necesario de su sacrificio en la cruz para la redención de la humanidad y no era que les estaba proponiendo una acción antropófaga, inhumana y sanguinaria. Comer su cuerpo y beber su sangre implicaba aceptarle como el enviado de Dios, como Señor y Salvador, reconocerlo y recibirlo del mismo modo como a ese alimento básico que necesitamos para poder vivir.
De esta manera Jesús también prepara a los discípulos para que puedan entender en aquel momento cuando al final de su ministerio terrenal alteraría la práctica judía de la pascua, al partir el pan y tomar de la copa poco antes de ser condenado a muerte. Que desde ese momento, la eucaristía sería un memorial que sugiere poner la fe en su sacrificio que nos perdona, restaura y asegura la vida perdurable con él por la eternidad. Así como el pan natural nos alimenta, Jesús, el Pan de la Vida se nos ofrece como ese alimento necesario para nutrir nuestro ser interior y nos invita a llegar a ser uno con Él como lo es Él con el Padre.
Queda de nuestra parte consolidar esta estrecha relación con nuestro salvador y contarles a otros que hay para ellos también una porción de ese ALIMENTO CELESTIAL.
¡ÁNIMO QUE FALTA POCO!
ML Carlos Blanco
IP EBP Guatire-Miranda
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