El antiguo profeta lo dijo de esta manera: "Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni son sus caminos mis caminos. Así como los cielos son más altos que la tierra, también mis caminos y mis pensamientos son más altos que los caminos y pensamientos de ustedes” (Isaías 55:8,9).
A los seres humanos nos cuesta no usurpar el rol que solo pertenece a Dios. Nos cuesta reconocer nuestras gigantescas limitaciones a la hora de comprender los misterios de la vida y de la existencia. Tal desplante nos lleva, no pocas veces, a cuestionar el cómo y el por qué el Todosapiente desarrolla sus proyectos históricos. Igualmente son muchas las ocasiones cuando pretendemos que el Señor del Universo se acomode a nuestro parecer, de manera que lo que, en su misericordia, nos ha revelado, lo sometemos al escrutinio de nuestros gustos y nuestra lógica. La historia de la teología de los últimos siglos es un buen ejemplo de ello.
La irrupción de Dios haciendo tienda en la humanidad no ha cesado de constituir un escándalo. El "Modus Operandi" para que Dios nos mostrara la necesidad de un Salvador, hoy más que nunca, es objeto del menosprecio del "Homo Hedonístico"
"Jesús comenzó entonces a enseñarles que era necesario que el Hijo del Hombre sufriera mucho y fuera desechado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y que tenía que morir y resucitar después de tres días. Esto se lo dijo con toda franqueza. Pero Pedro lo llevó aparte y comenzó a reconvenirlo” (Mr. 8:31,32).
No tengo ninguna duda que las intenciones de Pedro eran las propias de "un amigo del alma", quien ya no podía concebir su vida sin la tutela del Maestro. Pero resulta que los pensamientos de Dios son más altos. "Entonces Jesús se volvió a ver a los discípulos, y reprendió a Pedro. Le dijo: «¡Aléjate de mi vista, Satanás! ¡Tú no piensas en las cosas de Dios sino en cuestiones humanas!" (Mr.8:33). Me parece que todavía ese sigue siendo el problema para la humanidad.
Para nacer a la vida de Dios, para disfrutar de la ciudadanía en el reino, es necesario morir. Morir a muchas cosas. Entre ellas matar el deseo de darle lecciones a Dios, de cómo es que hay que hacer las cosas en este mundo, para llegar a un final feliz. ¡Craso error!
Dios seguirá haciendo las cosas a su manera. Qué bueno que será así. La fe nos impulsa a creer y a descansar en el hecho de que así será. ¡Mejor! Entre tanto, nos invita a mujeres y hombres de todas las épocas, de todos los tiempos y de todas las configuraciones a seguir a nuestro Pastor. El requisito está claro, y tiene que ver con las afirmaciones aquí plasmadas: "Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá, y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará” (Mr.8:34b,35)
El llamado es a morir a nuestras propias lucubraciones, y con humildad someternos a su consejo, lleno de consolación y reposo. La verdadera vida en libertad se encuentra en seguir y someterse al yugo de Jesús. ¡Vaya paradoja! Triste cosa es intentar acomodar las palabras liberadoras de Jesús, las cuales señalan inequívocamente a la negación del ego, para pervertirlas con el retorcido llamado del mundo posmoderno a la entronización del yo.
Estas palabras de Jesús son también para nosotros hoy: "piensa en las cosas de Dios". El apóstol Pablo lo diría posteriormente así: "Pongan la mira en las cosas del cielo, y no en las de la tierra” (Colosenses 3:2).
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Todas las citas bíblicas según la traducción Reina-Valera Contemporánea.
Valmore Amarís R.
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