Hechos 9:36-43
Hoy celebramos en muchas partes del mundo el día de la madre, a todas las mujeres que han tomado esa decisión de ejercer la maternidad un saludo especial, orando para que ese desafío de ser madres en este tiempo les llene de satisfacción.
Hoy quisiera centrarme en el texto de Hechos 9:36-43, en el que se nos presenta una mujer excepcional no sabemos si es madre o no, porque esta mujer en sí misma tiene un brillo especial.
Estamos hablando de la historia de Tabita, la discípula Tabita, una mujer reconocida en su comunidad, una mujer líder de su iglesia, una mujer generosa, una mujer importante.
Tenemos que empezar desde el protagonismo de la historia, pudiéramos quedarnos con la acción de Pedro como el protagonista y autor del milagro de la resurrección, pero la invitación es a poner a Tabita en el centro de la historia. Es una discípula que enferma y muere, generando profundo dolor entre su comunidad, y aquí identificamos las dos grandes protagonistas, la mujer y la comunidad.
El liderazgo de Tabita es tan fuerte que no pudo pasarse por alto su historia dentro del libro de los Hechos, y no pudo invisibilizarse su nombre dentro del texto bíblico, como en otros casos, Tabita es una mujer con nombre y con rostro, y no solo tiene historia y nombre sino que tiene un título, es la discípula Tabita. Título que como vemos en el relato no es un simple nombramiento, sino que lo ha ganado con su trabajo, con sus actos de misericordia, con su militancia en el movimiento de Jesús. Tabita vivía el evangelio, lo hacía presente entre quienes lo necesitaban, estaba del lado de las vulnerables y desprotegidas.
Por su parte, la comunidad en la que se encontraba Tabita le reconoce, y ante su muerte la lloran, sienten profundo dolor. Pero ese dolor no les inmoviliza, su fe es más grande, El Espíritu de amor y misericordia les mueve a salir el encuentro con la vida, a buscar refugio en lo que han creído, son movidas y movidos porque creen en el milagro de la resurrección y saben que para Dios la muerte no tiene la última palabra. La comunidad está organizada, unas van buscar a Pedro, otras están preparando el cuerpo, otras han venido a dar homenaje a Tabita y con ellas han traído elementos simbólicos de la misericordia de Tabita, tienen túnicas y vestidos, son viudas que están ahí para llorar a Tabita, porque ella también les había acompañado en su propio llanto.
Entonces Pedro ora por ella y le ordena: Tabita, ¡Levántate! ¿Cómo no se iba a levantar Tabita? Si la fe de esa comunidad traspasaba incluso la barrera de la muerte, ¿Cómo no se iba a levantar Tabita? Si en ella se glorificaba el Jesús de la vida, ¿Cómo no se iba a levantar Tabita? Si su gente la necesitaba, todavía no era el momento de irse. Pero el milagro no ocurre en la resurrección en sí misma, el milagro empieza cuando es presentada ante su comunidad viva, la alegría y el entusiasmo de aquellos santos y aquellas viudas tendría que ser indescriptible, la fiesta tenía que haber durado unos cuantos días, ¡Tabita está entre nosotras! ¡Tabita vive! ¡Tabita es testimonio de resurrección!
Los dos personajes que hemos identificado en la historia deben darnos pistas de lo que significa la vida como seguidores de Jesús, la vida de Tabita es inspiradora, nos muestra que ser discípulos es vivir para la otra y para el otro, es entregarnos en amor a aquellas/os que sufren, amar a la viuda, al huérfano, al extranjero. Ser discípulo no se centra en el culto dominical, sino que es una integralidad, somos discípulos en nuestro pensar, en nuestro actuar, en nuestro hablar, somos discípulos en la iglesia domingo por la mañana y somos discípulos en una tarde de viernes en medio del calor y el tráfico caraqueño, porque nuestra vida está transversalizada por la misericordia, y está sostenida por el Espíritu de gracia y liberación que Jesús nos dejó.
Por su parte, la actitud de la comunidad nos inspira a vivir los duelos, a llorar. Ese proceso de llanto y dolor hay que vivirlo para sanar, los discípulos de Jesús no somos seres indolentes, no podemos decir “no nos duele la muerte porque nos veremos en el día de la resurrección”, sí nos duele y extrañamos, pero tampoco olvidamos, aprendemos a vivir con la ausencia, solo que nuestro duelo tiene un componente especial de esperanza y confianza en el propósito de Dios. De igual manera, la organización de la comunidad nos deja algo que decir, mientras unos lloran, otros se ocupan de otros asuntos también importantes, la comunidad toda se aboca al dolor, pero no se centran en él, no se sumergen en el puro dolor, todas y todos buscan caminos de superación, de sanación colectiva, se ponen en acción. Por último este paso de presentar a Tabita viva ante la comunidad es un indicio de celebración, como comunidad estamos llamadas y llamados a proclamar lo que Dios hace en nuestras vidas y a celebrar en comunidad, así como el dolor es compartido entre todas/os, la fiesta también involucra a toda la comunidad. Que nuestras comunidades de fe se conviertan en espacios permanentes para celebrar la vida y la esperanza, para dar testimonio de la obra permanente del resucitado.
Así como Tabita, el llamado es a resucitar en nuestra vida comunitaria para proclamar el proyecto de Dios. Necesitamos tener procesos de restauración y sanación, necesitamos ponernos en acción por quienes sufren, tenemos que ser profetas en medio de un mundo que llora. La palabra nos desafía a levantarnos, a ponernos de pie y a ir al encuentro con la vida.
Julio César González
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