Marcos 12:28-34
Esta semana me sorprende encontrar a un escriba bueno, que admira de entrada las enseñanzas de Jesús y a quien Jesús le reconoce que “no está lejos del reino de Dios”.
El contexto de confrontación es importante. Quien pregunta es un escriba, un letrado- el vs. 28 señala que éste pregunta al ver lo bien que Jesús había contestado a los saduceos. ¿Para probarle aún más? ¿lleno de admiración genuina? Parece ser esto último.
La pregunta que le hace a Jesús es básica y fundamental: ¿cuál es el primero de todos los mandamientos? La piedad tradicional judía hacía hincapié en los mandamientos específicos (l613, según algunos rabinos). El problema consistía en saber cuáles de ellos eran los más importantes.
La respuesta de Jesús afirma el Shema, conocido de todos y más de los letrados. Jesús cita del libro de Deuteronomio 6:2-6 que se refiere al amor a Dios. Pero Jesús une estrechamente el amor al prójimo con el amor a Dios. Esta unión no se ve clara en el A. T. (Lv. 17: 8, 10, 13, etc.). Estos dos son inseparables, el uno no se puede dar sin el otro. Se da una superación del legalismo, en el tono de los grandes profetas—el amor al prójimo
Aquí encontramos a un escriba bueno. Reconoce la verdad de la enseñanza de Jesús. Y agrega de su propia comprensión, en tono de los grandes profetas también: “Amar a Dios... y al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y que todos los sacrificios que se queman en el altar”. Responde “inteligentemente” y Jesús así lo reconoce—No estás lejos del reino de Dios.
Aquí encontramos una preciosa lección para nuestras vidas como cristianos. No basta con ser más o menos religiosos, reconociendo la existencia de Dios. No, hemos de amar a Dios “con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas”. Se trata de una entrega total, de un amor sin límites que exige que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Si decimos que amamos a Dios, pero aborrecemos al prójimo porque es un viejo, un indígena, un afrodescendiente, una mujer, un enfermo, un pobre, o un ignorante, alguien diferente a nosotros por extranjero o de color de piel diferente, pues evidentemente no amamos a Dios. Estos dos amores, el amor a Dios y amor al prójimo, están estrechamente unidos y no se pueden dar el uno sin el otro. Hagamos nuestra la lección que nos trae hoy el santo Evangelio. AMÉN.
Rev. Edgar Moros Ruano
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